Se usa el término Agricultura Familiar para referirse a un conjunto diverso de actores e identidades — pequeño productor, minifundista, campesino, chacarero, colono, mediero, productor familiar, trabajador rural sin tierra, pueblos originarios, agricultor urbano/ periurbano, etcétera—, y sus actividades, entre ellas, agrícolas, pecuarias, pesqueras, forestales, de producción agroindustrial, artesanal y recolección. Algunas definiciones hacen énfasis en las características económico-productivas del sector, mientras que otras la definen como una “forma de vida” y “una cuestión cultural” (Foro Nacional de Agricultura Familiar, FONAF)

La AF en Argentina representa un sector de gran importancia en relación con la producción de alimentos, fibras textiles y otros productos de las economías regionales, además de generar empleo en el espacio rural y ocupación del territorio.

El 85% de la producción campesina de alimentos es consumido en la misma región (por lo menos dentro de las fronteras nacionales) y la mayor parte se cultiva fuera del alcance de la cadena de las multinacionales, con una menor utilización de fertilizantes químicos que promueve la cadena industrial.

Dada su enorme potencialidad en términos de crecimiento individual, aporte al entramado productivo local y regional, alto impacto como puestos de trabajo; aportan a la seguridad y soberanía alimentaria, la absorción de mano de obra y la retención de la migración campociudad.

Es necesario un marco activo de integración al esquema de producción local desde la centralidad de los productores de la AF: pese a su relevancia se destaca la multiplicidad de dificultades que condicionan el desarrollo de este sector tanto, en cuanto a la producción, como a la circulación y distribución de sus productos.

La AF rescata los alimentos tradicionales, contribuyendo a una dieta equilibrada, a la protección de la biodiversidad agrícola del mundo, al uso sostenible de los recursos naturales y está ligada de manera indisociable a la seguridad alimentaria mundial.

La AF representa una oportunidad para dinamizar las economías locales, especialmente cuando se combina con políticas específicas destinadas a la protección social y al bienestar de las comunidades.